Monday, August 25, 2014

Cultivando la Dignidad de la Vida

Hoy salió el sol en Lima, y eso, por sencillo que parezca me alegra demasiado... Me hace apreciar doblemente la vida! Hoy casi no hago mi gongyo (recitación del Sutra de Loto) en la mañana, pero me vencí a mí misma y lo hice. Hace días que quiero volver a postear en este blog que creé hace un poco más de 2 años, que por pereza lo he tenido algo o bastante abandonado, y hoy, sí! lo estoy haciendo.  
Cada post aquí ha sido muy estudiado, muy reflexionado, muy meditado, y es porque desde su creación su objetivo fue enseñar de manera sencilla a aquellos que se encuentran interesados en esta hermosa religión, folosofía, estilo de vida: el Budismo... el Budismo del Sutra de Loto de Nichiren Daishonin. Y es que justamente lo creé en una etapa muy importante en mi vida, porque descubrí muchas cosas dentro de mí misma gracias a las muchas horas de oración que me encontraba haciendo y muchas horas que le dediqué al estudio del Budismo, por eso, estos posts tienen mucho estudio mío detrás -y también experiencias.
Esta vez, que me animo a postear después de mucho tiempo, se trata de un escrito que realicé junto a mis amigos y compañeros de fe: Ynes Zamata, Karina Garayar y Rafael Abarca. Lo escribimos en marzo de este año para un evento en el que el tema principal fue la dignidad de la vida desde la perspectiva budista. Espero los dé una visión de esperanza, porque fue con ese objetivo que lo escribimos.

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Vivimos en una sociedad que se encuentra emboscada en un círculo de conflictos y carencias, lo cual para algunos suele ser una justificación de la pérdida de valores.  Frente a esto puede encontrarse personas que demuestran desacuerdo a estas actitudes, sin embargo, tal desacuerdo no es suficiente cuando no se toman acciones concretas en pos de un cambio.  No basta con pensar y hablar sobre este punto, sino que es necesario iniciar acciones que den validez a estos pensamientos y palabras (PS 1938, 2).

Cuando hablamos de acciones concretas nos referimos a aquellas que están basadas en un fundamento valido lo cual se puede encontrar en una filosofía de vida humanista.  La causa del desorden social y de los muchos acontecimientos trágicos que hemos estado viendo finca en que las personas han sido atrapadas por una línea de pensamiento que olvida dar importancia primordial al ser humano (NRH 4, 264).  Es por ello, que el pueblo necesita adoptar una visión diferente en la que pueda hacerse relucir la validez del potencial de cada uno, lo cual se evidencia en el respeto a la dignidad de la vida.

La dignidad de la vida es un criterio universal y absoluto…  El universo entero y cuanto el contiene es algo vivo que tiene dignidad. Las partes inanimadas e inorgánicas de la naturaleza tienen dignidad. Hay dignidad en la tierra, el aire, las rocas, los manantiales, los ríos, los mares.  Si los seres humanos violamos la dignidad de estas cosas, violamos también nuestra propia dignidad... La fuerza vital que penetra todas las cosas, tanto animadas como inanimadas mantiene una magnifica armonía en todo el mundo de la naturaleza. El propio hombre no es más que una parte de ese mundo y al dañarlo el mismo se daña.  El budismo ve toda la naturaleza, a decir verdad, todo el universo como una inmensa fuerza vital… La dignidad de la vida no tiene equivalente alguno: nada puede sustituirla.  Hoy la gente exige una multitud de valores, cada cual aspira a desarrollar su propio sistema de valores. Aunque esta tendencia puede aceptarse, me parece que aun admitiendo el mérito de la variedad debemos también buscar un concepto de valor en sí que sirva como fundamento común a muchas clases de valores. Sin ese fundamento común no podría existir la cooperación y la confianza mutua entre los hombres.  En última instancia creo que el valor del hombre y la dignidad de la vida llenan los requisitos de este fundamento común (Escoge la Vida/NE 221, 2).

El respeto a la dignidad de la vida es la respuesta que buscamos para el logro de una sociedad pacífica.  Por ello, es importante cultivarla para el desarrollo de nuestra sociedad.  A fin de que el respeto a la dignidad de la vida se convierta en una base firme y significativa de otros emprendimientos, es necesario que en todo el mundo la gente lo sienta y experimente de manera palpable, como un modo de vida.  Con el objeto de lograr esa meta el Dr. Daisaku Ikeda, en su propuesta de paz del año 2013 enviada a las Naciones Unidas, propone los siguientes tres compromisos como pautas para la acción:
·         La determinación de compartir las alegrías y los sufrimientos de los demás.
·         La fe en las posibilidades ilimitadas de la vida.
·         El juramento de defender y celebrar la diversidad.

El compartir las alegrías y los sufrimientos de los demás es un acto al cual todos estamos siempre invitados mediante el ya conocido discurso de la empatía.  Pero, ¿tiene la empatía un significado más profundo que el simple hecho de “ponerse en los zapatos del otro”?  Sobre este punto el Dr. Daisaku Ikeda cita en su novela La Nueva Revolución Humana: La empatía genuina va más allá del simple acto de compartir las aflicciones de los demás y lamentarse junto con ellos.  No se queda en meras palabras de simpatía y de consuelo.  Los que se involucran verdaderamente actúan con arrojo y fortaleza para encontrar el modo de ayudar a mitigar el dolor ajeno.  Son dueños de una valentía basada en la más profunda misericordia de una fe y una convicción inconmovibles (NRH Vol. 4, 258).  Es cuando nos encontramos en situaciones de sufrimiento ajeno que podemos poner de manifiesto esta cualidad que es inherente a nuestra vida y hacer algo por recuperar la dignidad de las personas que están sufriendo.

De acuerdo al gran historiador Arnold Toynbee, la naturaleza humana tiene dignidad, pero su dignidad nunca es completa, sino que es precaria.  Un ser humano se dignifica en la medida en que es desinteresado, altruista, compasivo, amoroso y devoto con otros seres humanos y el universo.  Y es indigno en la medida en que se entregue a su codicia y agresividad (Escoge la Vida/NE 221, 43).   La dignidad de la vida existe como tal en cada ser humano, sin embargo, el hacerla relucir depende de las acciones que realizamos en el diario vivir.  Porque la dignidad de la vida no está separada de las inevitables tribulaciones de la existencia humana; debemos relacionarnos activamente con los demás, compartir sus sufrimientos y esforzarnos hasta la última gota de nuestra energía, si deseamos abrir el camino hacia la auténtica felicidad para nosotros y para los demás (Propuesta de Paz 2013, 17).

Este  hecho de cultivar la dignidad de la vida con acciones concretas no solo transforma nuestra vida, sino que nos lleva a poder transformar nuestra sociedad.  Cuando hablamos de sociedad es inevitable pensar que la misma está compuesta por personas de toda índole.  Muchas de ellas nos pueden parecer indignas, pero al respecto, el budismo enseña lo contrario.  El buda Shakyamuni nos enseñó una parábola que ilustra este punto cuando se refiere a la historia del bodhisattva Jamás Despreciar.  El bodhisattva Jamás Despreciar reverenciaba respetuosamente la naturaleza de Buda inherente a cada ser humano y recitaba el 'Sutra del loto de los veinticuatro caracteres'.  Activamente iba al encuentro de los demás, aunque los viera a la distancia, e iniciaba un diálogo sincero.  Sin embargo, había personas arrogantes que respondían con ira y se burlaban de él, pero él nunca abandonó su práctica de respetar a los demás.  Valientemente iba al encuentro de la gente arrogante que despreciaba a los demás.  Nunca se daba por vencido.  Siempre seguía esforzándose. En suma, tenía una enorme perseverancia.  Sus actos no son los de alguien pasivo.  Su conducta encarna el supremo respeto a los semejantes y la más noble conducta que pueda tener un ser humano" (Website oficial de la Soka Gakkai Internacional).

Como se puede apreciar en la descripción del bodhisattva Jamás Despreciar, éste no reparaba en mostrar su reverencia ante cualquier persona, sea cual fuere su condición.  La clave de este comportamiento radica en su profunda comprensión de la Budeidad inherente que posee cada ser humano.  Asimismo, se puede afirmar que el comportamiento del boddhisattva Jamás Despreciar es el que encarna un sincero y genuino cultivo por la dignidad de la vida.  Esto nos lleva a referirnos a la segunda pauta indicada para el logro de una sociedad pacífica, es decir, la fe en las posibilidades ilimitadas de la vida, en otras palabras, la convicción de que en la vida de cada ser humano existe un potencial infinito que ha de ser descubierto y cultivado.

Muchas veces tendemos a sentirnos estancados y sin salida por las circunstancias del presente, sin embargo, es importante reconocer que las decisiones que tomemos en este preciso momento pueden ser un nuevo punto de partida para una verdadera victoria.  El buda Shakyamuni explicaba que la relación entre la causa y el efecto no es inmutable, es decir, esta puede cambiar; que nuestras acciones y actitudes en el momento presente se convierten en nuevas causas que pueden originar resultados completamente diferentes,  es por esa razón que el verdadero valor de una persona se ve en sus acciones del momento (Propuesta de Paz 2013, 20).  Es de vital importancia que comprendamos este punto, ya que sólo siendo capaces de entender nuestro propio potencial podremos comprender el potencial de todas las personas en nuestro entorno.  El hecho de reconocer este concepto es crucial para poder emprender las acciones concretas que nos conllevarán al cultivo de nuestra dignidad en las inter-relaciones con los demás de nuestro diario vivir.  Es así como el tomar conciencia de la dignidad propia nos conduce a accionar por el cultivo de la dignidad de los demás.

La tarea de tomar conciencia de la dignidad de uno mismo y la del entorno ha de estar basada en una visión llena de esperanza.  No tiene importancia como ha sido nuestra vida hasta este momento: el instante en que tomamos conciencia de nuestro valor original y determinamos cambiar las realidades presentes, es cuando comenzamos a brillar con la luz de la esperanza… Sólo cuando la esperanza se experimenta día tras día, como “la llegada de la primavera”, podemos obtener logros al cultivar pacientemente, con alegría y orgullo, las simientes de la posibilidad.  Únicamente entonces seremos capaces de tener un impacto positivo en quienes nos rodean, mediante nuestra transformación interior, y de trabajar de manera sostenida para mejorar la sociedad (Propuesta de Paz 2013, 22-23).

La esperanza, al igual que la empatía, es una actitud de determinación que ha de estar acompañada de la acción.  Sin embargo, ¿qué sucede cuando nuestras acciones no van en concordancia con las de los demás?  Es usual vernos involucrados en circunstancias en las cuales nuestras ideas, formas de actuar, pensar y vivir difieren mucho de las personas que son incluso cercanas a nosotros.  Al respecto, puede que tendamos a hallar dichas circunstancias como frustraciones que generen propensión al conflicto.  Las diferencias suelen ser mal vistas, y es por eso que incluso se busca evitarlas. Al respecto, el Dr. Daisaku Ikeda manifiesta una perspectiva distinta: sostiene que es gracias a la diversidad de identidades que siempre existe la posibilidad de encontrar una forma de intercambio humano de persona a persona en el que haya puntos de coincidencia y resonancia recíproca (Propuesta de Paz 2013, 27).  En otras palabras, sí es posible descubrir mucho de uno mismo en lo que consideramos distinto, y ese descubrimiento sólo puede darse cuando nos inter-relacionamos con personas de puntos de vista diferentes.  He aquí el gran significado e importancia de la tercera pauta que se refiere a defender y celebrar la diversidad y la pluralidad de nuestras identidades.

No se trata de rehuir de o crear juicios contra quienes poseen diferentes formas de pensar a las nuestras, si no que muy por el contrario, debemos aprender a buscar la riqueza justamente en los intercambios que tengamos con personas distintas a nosotros.  Por ejemplo, uno siempre puede crear valor en diálogos en los que se intente resaltar las convicciones y motivaciones individuales –la riqueza de la personalidad– del interlocutor.  A través de este diálogo genuino es que se generan amistades valiosas entre personas que difieren en su visión de la verdad.  El Dr. Ikeda recalca que es precisamente gracias a esas diferencias que el mundo se humaniza a través del diálogo y que la rica diversidad de la vida resplandece en toda su gloria.  Esa es, por sobre todo lo demás, la clase de amistad, establecida por un intercambio de corazón a corazón (Propuesta de Paz 2013, 28).

Una amistad que tenga el poder de desarrollar una radiante cultura de paz poseerá, en lo profundo, la capacidad de hacernos disfrutar mutuamente de nuestra existencia, como seres humanos que viven juntos en este planeta, así como la determinación de proteger, a toda costa y más allá de cualquier diferencia, la dignidad inherente a la vida de cada uno de nosotros (Propuesta de Paz 2013, 28).  Es por ello que debemos enfrentar con alegría y esperanza las circunstancias que aparezcan difíciles debido a las diferencias, ya que son éstas las que nos abrirán el camino hacia un nuevo descubrimiento del propio yo y del ser humano en sí.

Estas tres pautas pueden resumirse en el compromiso por cultivar la dignidad de la vida a través de tomar acciones concretas considerando estos tres puntos en nuestro actuar:
·         El amor compasivo que jamás abandona a los demás a su sufrimiento.
·         La sabiduría de percibir la igualdad y el potencial de la vida.
·         La valentía de convertir nuestras diferencias en el ímpetu para crecer y elevar nuestra humanidad.

Tomar conciencia de la necesidad del cultivo de la dignidad de la vida a través de poner en práctica estas tres pautas conllevará que la vida de cada uno se comprometa al desarrollo de una firme solidaridad, la cual es el camino para el desarrollo de nuestra sociedad.